Capítulo 2. El desafío de Airón.


 Capítulo 2.


El desafío de Airón.


En el centro de un vasto lago negro, cientos de velas parpadeaban en una danza hipnótica, iluminando el espacio circundante con un resplandor tenue pero constante. La superficie del agua era tan oscura como la medianoche, como si un velo de tinieblas cubriera su profundidad, y apenas se distinguían las formas que se reflejaban en ella. Con el pasar de las eras, el reino de Airón disminuyó en tamaño debido a que la mayoría de los mortales de las épocas actuales habían perdido sus creencias y miedo a la muerte.

Los caminos entre las velas parecían serpentear entre ellas, como si fueran riachuelos de luz en medio de la oscuridad del lago. Las velas, de diferentes alturas y colores, formaban una isla en el centro del agua, creando un ambiente mágico e irreal. El crepitar de las velas era apenas audible, perdido en la inmensidad de la caverna. Los caminos eran lo suficientemente amplios como para que una persona pudiera caminar entre las velas sin perturbar su tranquilidad y su danza eterna.

Airón era el guardián de las velas que representaban el tiempo en la Tierra de los mortales, y las llamas de las velas eran el reflejo del alma de cada uno de ellos. Cuando las velas se consumían o su llama se apagaba, Airón debía buscar a los recién llegados y guiarlos a través del umbral final, cortando los últimos lazos entre el cuerpo y el alma y conduciéndolos hacia su lugar de reposo eterno.

Airón caminaba en silencio por los serpenteantes caminos, consciente de que no podía tomar vidas a su antojo, sino que debía esperar a que llegara su hora. Pero de repente, un sonido extraño rompió la paz del lugar: un goteo que caía sobre una de las llamas, apagándola antes de tiempo y alterando el equilibrio de la caverna.

— Esto es imposible. Mi reino es infinito, no hay arriba ni abajo, ni derecha ni izquierda. ¿Cómo podría haber sucedido esto? —se preguntó Airón desconcertado.

Pero no importaba, era solo una más de las almas que debía guiar. Tomó uno de los caminos y se adentró en un largo corredor de velas. Mientras caminaba entre las velas, Airón podía percibir en cada llama el alma que representaba. Cada una de ellas reflejaba una esencia única y diferente, un resplandor que lo conectaba con el ser al que pertenecía. En el centro de la isla de velas, brillaban las llamas más jóvenes, con un fulgor puro y vivo que pertenecía a los niños recién nacidos y a aquellos que aún no habían sido corrompidos por el mundo. A medida que se alejaba del centro, las velas disminuían en tamaño, y sus llamas reflejaban las experiencias de la vida. En este lugar se encontraban las llamas de los jóvenes y adolescentes, que ardían con intensidad y pasión. Más allá, las velas con los menores tamaños, estando en sus últimos suspiros, eran las de los adultos y ancianos que estaban a punto de fallecer, cuyas llamas se consumían lentamente. En las zonas más alejadas se encontraban las velas de los criminales, cuyas llamas eran oscuras y sombrías, reflejando la maldad y la crueldad de sus dueños.

Aquellas últimas velas tenían una llama de tamaño mayor que las demás. La llama de un adolescente podría cambiar su tamaño en cualquier momento, y cuando esto sucedía debía moverse de su posición en el centro hacia los extremos, ya que se consumían a una velocidad mayor.

Una vez que Airón depositaba la vela en su nuevo lugar de reposo, observaba las velas a su alrededor, especialmente aquellas velas corruptas que esperaban con ansias el momento en que pudiera colocar sus falanges en aquellas llamas desenfrenadas. Una vela de color verde oscuro con una llama de tamaño considerable llamó su atención. Sabía que su hora estaba cerca, espera por mi regreso dijo y continuó su camino.

Al finalizar su recorrido, llegó a una verja y giró su cabeza por última vez hacia las velas. "Solo tomará un chasquido", pensó mientras levantaba su mano izquierda y la introducía en la manga de su mano derecha, donde sostenía una gran hoz. De ella sacó una llave oxidada con forma de dos alas extendidas y la insertó en la cerradura de la verja.

Al abrirla, siguió su camino hacia el exterior, con el sonido de sus pasos sobre el agua haciendo un leve chasquido. Después de un tiempo, el ruido cesó y caminaba ahora sobre una caverna con el piso de mármol negro.

"TAC... TAC... TAC..."

Después de vagar en la oscuridad durante unos minutos, Airón se encontró frente a un extraño mortal y sintió un fuerte sentimiento de determinación. A simple vista, el mortal parecía normal, como cualquier otro de su misma edad, alrededor de los 25 o 30 años, pero Airón notó algo intrigante en su interior y se sumió en sus pensamientos: "¿Cómo llegaste a mi reino si tu tiempo no ha terminado? Además, ¿de dónde salió esa maldita gota de agua?".

Sin mediar palabra, el mortal preguntó por su nombre. Airón se mantuvo en silencio por un momento, pero decidió responder y, según el procedimiento habitual, explicó lo que sucederá a continuación.

Aquel mortal llamado Clair puso en duda su poder, "Mi paciencia tiene límites. Te enseñaré quién es el que manda en este lugar", decidió darle una lección que no olvidaría fácilmente antes de tomar su alma.

Airón aprisionó la llama entre sus falanges lo suficiente para que Clair conociera su lugar y se mostrara más sumiso al destino que se le aproxima. Clair cayó de rodillas a sus pies, haciendo un leve lamento en su garganta.

Después de que Airón mostrará su gran poder sobre las llamas, procede a tomar posesión de la llama de Clair. Pero antes, debe cortar los lazos que atan a Clair a su cuerpo terrenal.

No obstante, Clair logra esquivar el ataque de Airón. Si pudiera mostrar sus emociones, se vería que Airón está sorprendido por tal ofensa. Le ha impresionado que este mortal se atreva a desafiarle. Airón se pregunta cómo ha logrado moverse ahora que su llama estuviera a punto de extinguirse.

Airón, curioso por los acontecimientos que estaban sucediendo ante sí, decide esperar un momento. Clair, aunque notablemente aturdido, le propone una apuesta.

— ¿Una apuesta? — piensa Airón. “Quiere sobrevivir a toda costa... tu llama ya me pertenece desde que caíste en los dominios de la muerte, algo que me causa mucha gracia", reflexiona para sí. "Maldito mortal, sigues desafiando mi autoridad en mi propio reino. Cuando obtenga tu llama, comprenderás cuán inmenso es mi poder y conocerás tu lugar".

Airón se enfurece al comprender que Clair tiene razón en algo. Ha pasado mucho tiempo desde que disfrutó competir por ganar una llama. En el inframundo, su pensamiento es la ley y lo que dice se cumple sin espacio para discusión. "Lo grabaré a fuego en su ser", piensa.

Airón toma la decisión de aprisionar a Clair para que no note su interés por este desafío. No podía recordar la última vez que un mortal tuvo la desfachatez de hablar tan despreocupadamente. En vez de eso, la mayoría de los condenados solo lloriquean o se revuelcan mientras él consume sus llamas. Airón guarda silencio mientras Clair termina de exponer su apuesta.

Después de que Clair le propone un desafío y un poco sorprendido, Airón decide aceptar. Podría ser una buena forma de pasar el tiempo y encontrar la manera de torturar a las almas de esta nueva época.


Airón, dando una vez más una muestra de su poderío, escudriña en lo más profundo de la mente de Clair y toma todos los recuerdos de su memoria, absorbiendo para sí todas sus experiencias, aficiones y pasatiempos. También toma información relevante que pueda ser utilizada en su contra.

Así, teniendo una idea general de lo que es un videojuego y lo que significa "Battle for the Kingdom" para Clair, Airón decide pisotear su ego y sus expectativas. De acuerdo con la información recientemente adquirida, Airón toma la decisión de que el campo de batalla sea una mazmorra en vez de un campo abierto para tener un control absoluto sobre los movimientos de Clair.

Mortal estúpido, no mediste tus límites, ahora mi reino será tu perdición. Verás cómo tu más preciado logro será tu fin, al menos lo que quede de él después de los cambios que realice. Y pagarás por tu insolencia.

Airón estaba indeciso sobre cómo podría prolongar más el sufrimiento de Clair. Decidió darle una lección tomando la forma de un ser que aún no existía en su insignificante fantasía y darle la oportunidad de elegir su personaje, bueno, al menos una parte de él.

Airón, cuyo nombre fue otorgado por los indígenas asentados en Hispania antes de ser subyugados por el imperio romano, era adorado como el dios del inframundo no solo por ser el señor de la muerte, sino también como el que da vida, ya que para aquellos pueblos, el agua -símbolo de vida- provenía de las profundidades de la tierra, que era considerada como el mismo inframundo. Debido a que Airón tendría el poder de dar vida a muchas criaturas para el desafío, su nombre pareció ser el más apropiado para la ocasión.

Después de explicar a Clair los fundamentos básicos de la creación del juego, lo dejó solo en el vestíbulo mientras él tomaba posesión del trono de la mazmorra. Primero, tomó algunas almas errantes y les asignó diferentes funciones.

Ahora, sentado en su trono, Airón mantenía su enorme mandoble apoyado en un costado. La sala del trono era una habitación gigantesca con un pasillo que conducía a la puerta principal. En el pasillo se podía observar una enorme alfombra roja que iba desde la puerta hasta la base del trono, flanqueada por seis vitrales: tres a cada lado del gran salón. Cada vitral contenía una imagen representando una deidad relacionada con la muerte en diferentes creencias y mitologías, y debajo de la imagen se encontraba su correspondiente nombre. Debajo de ellos, las antorchas iluminaban los vitrales, creando una atmósfera lúgubre en toda la estancia.

Airón tenía su pierna derecha apoyada en la base del trono, mientras que la izquierda descansaba sobre la alfombra. Su mano derecha estaba apoyada sobre la rodilla, y frente a su cráneo se encontraba su mano enfundada en un guantelete que parecían enormes garras negras con puntas doradas.

En su reino, podía sentir y percibir todo en su forma espiritual, pero no tenía la capacidad de ver su forma física, ya que era ciego. Él quería ver su obra, y en ese momento, en su cuenca ocular izquierda se formó un pequeño punto rojo, que se fue agrandando a una velocidad alarmante, dando paso a muchas venas y vasos sanguíneos que salían de su centro. La sangre goteaba y algunas lágrimas de sangre bajaron por su pómulo. Cuando todo el proceso culminó, un ojo tan blanco como la luna, semejante al blanco de su esqueleto, había tomado forma, con su iris tan azul como mirar el corazón del océano y su pupila de un naranja como el atardecer.

Cuando su vista se aclaró, Airón continuaba en su posición de meditación, con su recién formado ojo izquierdo flotando en su cuenca ocular con gotas de sangre chorreando, observando sus dedos extendidos. Una sonora y macabra carcajada retumbó por toda la estancia.

Airón movió los dedos con determinación. Su plan estaba claro: quería hacer sufrir a Clair, pero al mismo tiempo estaba disfrutando enormemente del nuevo ambiente competitivo. Aunque quería darle una lección al mortal, ante todo quería una batalla justa y continuar divirtiéndose. Parecía que en eso también tenía un poco de razón aquel mortal, si bien era un ser excéntrico y caprichoso, pensó. Su ojo tembló un poco, derramando un poco más de sangre, gracias a los conocimientos y experiencias recientemente adquiridos de Clair. Quería destruirlo, pero al mismo tiempo estaba muy curioso por saber hasta dónde podría llegar su adversario.

Su primera acción fue calcular las estadísticas de al menos cinco tipos de criaturas que estarían en las salas de la mazmorra. Más adelante crearía criaturas más peligrosas y amenazantes.

Su segunda acción fue poner a prueba a Clair mediante un pequeño entrenamiento. Para ello, asignó las estadísticas más bajas a un pequeño ratón. De su dedo meñique surgió una pequeña llama verde. Sin embargo, Airón comenzó a cuestionar su elección. "¿Y si el ratón es más grande? Además, podría ser caníbal". En ese momento, el ojo en su cuenca tembló un poco y el sonido de las gotas de sangre golpeando su cráneo aumentó. De su dedo anular surgió una llama verde más grande que la anterior, que se fusionó con la llama anterior al saltar a su dedo meñique.

La tercera acción consistió en asignar estadísticas más elevadas a una criatura que representara un desafío mayor, y a su vez, ofreciera una recompensa útil por la victoria. Además, Airón deseaba aprovechar la oscuridad que habría en algunas habitaciones de la mazmorra. Con un movimiento de su dedo anular, surgió una llama amarilla que iluminó la parte izquierda de su cráneo.

Después de haber asignado las estadísticas de las criaturas más débiles a través de su dedo meñique y anular, Airón continuó con su dedo medio, índice y pulgar, dando vida a tres llamas rojas como la sangre. Estas llamas representaban las tres siguientes estadísticas, y tras unos segundos de contemplar su creación, agitó su mano en dirección a la puerta de la sala. Las llamas se dividieron y se dirigieron en diferentes direcciones, desapareciendo en la oscuridad de la mazmorra.

Airón regresó su mano a su posición anterior y extendió sus dedos y la palma de la mano en una posición horizontal. Una llama púrpura, de un tamaño mayor que las anteriores, creció en su mano. A diferencia de las anteriores llamas, ésta no era constante, sino que se apagaba y tomaba fuerza en ciertos intervalos de tiempo.

Caminó hacia la puerta principal, la abrió y cruzó el umbral. Luego cerró la puerta tras de sí y se giró para mirar el picaporte que conectaba ambas caras de la puerta. Éste tenía la forma de un gran toro con la boca abierta donde se introducía la llave. De su hocico colgaba un aro de topacio azul. Airón tomó los cuernos de la cabeza de toro y la arrancó de la puerta.

Liberó el aro de la cabeza y comenzó a caminar. Descendió dos tramos de escaleras hasta llegar a una sala más amplia. A su izquierda se encontraba una luz inmóvil, unos metros delante de él, una parte del suelo estaba destruida, dejando a la vista un corredor que cruzaba por debajo del salón.

Giró a su derecha y encontró otra puerta que cruzó y cerró del otro lado. Esta vez, salió a un extenso corredor y mientras caminaba por él, pudo distinguir las figuras de algunas de las criaturas a las que había dado vida. Estos seres se quedaban inmóviles cuando pasaba cerca de ellos. Unos cuantos metros más adelante, llegó a una bifurcación. A su lado izquierdo, se encontraban unas escaleras que descendían.

Tomó el aro y lo dejó rodar por las escaleras. El sonido de una moneda al caer y rebotar escaleras abajo resonó por las estancias, llevando el eco del sonido por el corredor. Observó cómo se perdía en la oscuridad y continuó su camino por el corredor que se encontraba enfrente de las escaleras.

Llegó a una puerta de color blanco y torció a la derecha, encontrando una entrada a un salón un poco más pequeño que la sala del trono. En esta cámara, arrojó la cabeza de toro y con un fuerte estrépito que llegó hasta el medio del salón, cerró la puerta y continuó su camino.

Una vez satisfecho con su creación, Airón deambuló por varias salas sin rumbo fijo hasta que se detuvo en un corredor, sintiéndose orgulloso. De repente, su sarcófago salió de un lateral y él entró en él. La lápida lo cubrió, sumiendo todo en la penumbra una vez más. Mientras la lápida se cerraba, se abrió una rendija por donde su ojo aterrador pudo vislumbrar la llama púrpura al final del corredor.

Mientras la lápida terminaba de sellar el sarcófago, se oyó una débil carcajada procedente del interior. Una vez que estuvo totalmente cubierto, la pared lo engulló de nuevo, como si nunca hubiera estado allí.

Unos minutos después, el sarcófago emergió de nuevo de las profundidades de la tierra, esta vez detrás del trono. En las esquinas traseras, surgieron dos sarcófagos más adornados con gárgolas en su parte superior.

Mientras Airón salía del sarcófago, las tapas de los baúles cayeron al suelo con un fuerte estrépito y las gárgolas parecieron erguirse, como si fueran a tomar vuelo, dejando al descubierto dos gigantescos altavoces.

Justo en el momento en que Airón avanzaba hacia la parte delantera del trono, comenzó a sonar la canción "How the Gods Kill" de la banda "Danzig". Tomó su capa con una mano y la desplazó hacia un lado mientras se sentaba con un pie derecho apoyado en el apoyabrazos de manera despreocupada. Comenzó a golpear sus dientes inferiores al ritmo de la canción, deseando tener un oponente digno. "Da lo mejor de ti o perece en el intento", pensó, disfrutando de la situación y de sus nuevos conocimientos.

Airón cantó al ritmo de aquella canción, entregándose al momento.

— ¡Muéstrame cómo matar a un Dios! —se le escuchó pronunciar a Airón como un susurro perdido en la inmensa cámara—. Dame un desafío digno de recordar o muere de una vez, mortal incompetente. Si logras impresionarme, puede que te recompense.

Airón se levantó del trono y su voz retumbó por toda la sala y sus alrededores. Clair, algo aturdido tras un intenso combate, se encontraba inspeccionando su arma. Levantó la vista en dirección a la puerta que se encontraba frente a él.

— Maldición, ¿qué está pasando en este lugar infernal? —se preguntó—. Primero una rata caníbal y ahora esto. ¿Quién está escuchando Danzig y, aún más inquietante, quién lo está cantando?.

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